EL PLACER ATEMPORAL DE LAS COSAS PODRÍA SER UN ORNAMENTO.

Casi comparable a sentir lluvia
cuando llueve y el sol cuando hay sol.
O el romper la hoja en blanco.
O el amor con una mujer tenue
que ríe y te ilumina dentro.
O el olor a pasto jugando con tu hijo.
El sudor alegre de su frente 
y su beso lejano, el recuerdo
de marmóreos transatlánticos
que te separan del verso exacto
que juraste escribirle a él,
a su madre, a ti de esos años,
a esa mujer triste de lentes
que dijo, de manera trivial
levantando la tostada:
El olor a café trae infancia,
adolescencia y adultez,
todo al mismo tiempo.
Pero pensaste escribir sobre una roca,
la abstracción misma del poema:
La palabra inexistente en realidad existe.
Pasar del grano a la obsidiana,
de la obsidiana al bisturí,
del bisturí al corte preciso,
transversal en la piedra y el color
a la tierra abierta que la engendra,
en unos mineros que comparan
el arrebol con una fragua
y la luz de los cascos
con el resplandor de cantina
oculto tras los vasos.

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