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- Al Maikel le dolió la noticia. Siempre pensó que su ídolo sería inmortal. No ver más en el escenario las brillantinas, los calcetines con lentejuelas y el infaltable guante blanco es algo que no esperaba ni en la peor de sus pesadillas. Pensó en que los mayas harían cagar primero al mundo antes de que su razón de vivir se muriera por una sobredosis de pastillas que no matarían ni al quiltro de la esquina de su casa.
El nunca se imaginó vestido de negro, o sea, nunca de un negro que no brillara, que no fuera resplandeciente. El sabía lo mucho que Michael odiaba el negro. Por eso su cara reflejaba mucha más tristeza que el resto de los fans que se agolpaban a poner velitas, a intentar emular por última vez la luz de aquella estrella fugaz que ya no los iba a iluminar nunca más.

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