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La forma en que ordenó la biblioteca era en parte
un espejo de como ella veía al mundo. Tomó por ejemplo todos mis volúmenes de
autores latinoamericanos y los distribuyó de tal manera que pudieran concordar
con hechos que marcaron su vida. Quiroga: Era niña y supo con alcalino sabor lo
espantoso que puede ser un almohadón de plumas - Recordaba a su vez a Poe con
él, al inexorable latir delator. A Alfonsina y el mar, me diría después - Puso
a Cortázar en un lugar central, como el corazón, porque al igual que muchas
también se creyó la Maga (cuando decía esto me sonreía con todo el cuerpo).
Reconoció no saber mucho de García Márquez y por lo mismo quedó al final, junto
a un volumen perdido de Macedonio Fernández y justo por delante de un libro de
poesía de Braulio Arenas. No le gustaba la poesía recalcaba. Los poetas mienten
y lo peor es que lo hacen de manera bonita, de esas que da gusto creerlas
verdades. Los poetas no deben saber amar de verdad. Extrañamente, se cuela un
volumen de Neruda dentro de lo que debería ser su sección favorita: "Me
enamoraron una vez con Neruda, y concuerdo con él sobre las mozas
robustas" me remató una vez como un K.O dentro de una de nuestras
cotidianas pequeñas discusiones.
Baldomero Lillo se enmarca de manera anecdótica dentro
del cuadro, quizás ella no lo sabía pero es uno de mis autores favoritos. O
quizás lo sabía, y por eso lo dejó en la parte que representaba el cariño para
ella. Sonrío pensando en eso. "Estás sonriendo Rulfo" - me decía –
Juan, ven para acá y hazme el amor. Soy un caballo. Ven y convérsame Rulfo,
convénceme. Ponme algo de jazz y sírveme un trago, quiero sentir "Le
Diable au corps". Deja de fumar que eso te va matar Juan. Te matará y yo
después te voy a extrañar tanto... Y me lo decía de esa manera urgente,
absoluta, de esas con que se demuestra el sentir no solo en la frase, sino que
también se habla con el gesto y los ojos. Debo reconocer que eso es una de las
cosas que más extraño: La forma que tenía de poner mi vida dentro de una
hoja.
Miro la pared y resumo. Al final de cuentas no fue
el cigarro el que me mató, en realidad nada me ha matado mientras ella lleva ya
cinco años sin estar. Algunos se extrañan cuando omito la palabra muerta, pero
para mí, para mis libros, ella tiene una línea de tiempo que se niega a
extinguirse. Es entonces que tomo con delicadeza un ejemplar, lo miro como
imagino debe mirarse lo importante que hay en el mundo y empiezo:
Capítulo 1
¿Encontraría a la Maga?
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