Mirada.

mirada
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¿Viste?, despues de tantos años, aún reconozco tú mirada.
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Palomas.

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La historia se tranca subiendo las escaleras, caminando los pasajes,
por Phillips,
hacia la plaza libertad de prensa,
escribo,
mirando tetas blancas sumergidas en poleras blancas de algodón.
Escribir poesía en puro papel pizarra.
Pasear al centro, evitando Huérfanos y Ahumada,
mirar al mendigo y pensarlo (para variar un poco) como a un igual,
o sea igual de cagado que uno, pero menos servicial y dócil,
con menos vocación a borrego y más de hiena,
de buitre, de langosta,
no tan cordero ni cerdo,
con menos tinta en la pluma, pero con más oficio.
¿Sabe si nos hemos visto alguna vez caminando en direcciones opuestas?
Estoy seguro, yo la recuerdo,
estaba en mis sueños de caminante frustrado, de peatón combustible,
usted formaba parte de esa gran cara anónima que nos devuelve y nos avanza.
¿Es que no me reconoce señorita?
Soy yo, camuflado entre la corbata y los oficios,
agazapado esperando a que pase la 307e,
la 314, la 303, el alimentador 2 de la línea 4J, cualquiera,
no soy digamos un cazador muy exigente,
compro lo primero que encuentro en el persa Bío Bío.
Estoy, estamos, digamos,
haciendo la fila en el supermercado,
avanzando lentamente entre productos alternativos,
mirando por las cabezas como se nos absorbe la vida,
subiendo escaleras mecánicas, marcando las tarjetitas bip,
recorriendo el gran campo de cemento,
la alameda, la plaza de armas, el boulevard de los Mall Plaza,
sentados en una banquita finalmente,
alimentado con recuerdos a un grupo incansable de palomas.
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Sombra.

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Y entonces te vi,
musa despreciada del día y de la noche,
mirando la ventana como un pálido reflejo,
de lo que realmente es.
Como si un día todo cambia y se te adentra el sexo
y fuera otra la que te desviara la mirada,
y te escondes camuflada entre enredaderas negras,
cerrando miradas lascivas y apretones de dientes,
y te armas las manos con unas joyas prestadas,
y devuelves las miradas,
amazona kabuki, valquiria,
a tu imagen pálida, a los apretones lascivos,
y te das vuelta las ropas
y te vistes de alma,
y sales a recorrer las calles de noche,
despreciada.
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Final.

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Con la mansedumbre propia del buey, la marciana mordía lentamente el durazno jugoso, mirando por sobre su alto trono el arbitrio que sus congéneres hacían de los pocos seres humanos que quedaban, separándolos a su diestra y su siniestra.
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