A veces, compañera

A veces te pienso compañera
socia,
zorra,
trapecista,
confidente,
profesora,
sonriente camarada,
amistosa,
besable,
hiriente artista,
entregada,
bruja,
indiferente,
neutral,
con rabia masoquista,
en silencio.
Te pienso a veces.

Y a veces me acuerdo compañera,
de tus risas,
de tus llantos,
de tus mocos en ambos casos,
de tus piernas,
de las quejas,
de tu sexo,
de tu hambre,
de tus ojos,
de tu callado reproche,
de las cosas que hacías,
a veces me acuerdo.

A veces yo siento compañera
tus pisadas,
tu cuerpo,
tu aliento,
tu olor llenándolo todo.
Y te siento en el parque caminando,
en la esquina creo,
te siento detrás del poste,
esperando en la entrada te espero.

Y a veces yo espero compañera
también.
Cotidiano,
triste,
con jeans,
con la polera de diario,
fumando,
rayando la croquera en el paradero después de las seis,
sentado frente al teclado,
regando a mis polluelos escamados
a veces aún espero.
Yo no soy
ni poeta,
ni esperanza,
ni asceta de tus besos.
Yo no soy agua de tu llanto
ni ingeniero,
ni hacedor de alegrías.
No soy tinta ni tintero

Yo no soy
tu mar
ni soy oleaje,
no soy la tierra de las plantas
ni el rocío del follaje,
no soy el humo del cigarro,
ni las llaves,
ni el rayo que se coló por la mañana
despertándote.

No soy dolor
no soy victoria
y no soy presencia estable
yo no soy buen escritor
no soy valiente ni cobarde

No soy canción,
ni soy dibujo,
no soy mitad
ni complemento,
no soy ganancia del deseo,
ni soy las letras de tu traje.

no soy camino,
por mi no pasan los senderos
ni el caminante.
Yo ya no inspiro ni pesares.
no soy salud,
ni bienvenida
ni el triste adiós
que ya olvidaste.

Negociemos

Un poco de mi horario
por un poco de tu tiempo,

una parte de tus llantos
por una de mis besos.


Te propongo,

cambiar mi hablar por tu silencio.


Negociemos.


Te regalo mis pesares,
tú me das todos tus miedos,
esos miedos negociables, negociemos
mis pesares, tus pesares,
vamos, negociemos.

Pero si no quieres ya transar,
si no quieres ya.
Entonces

ve y parte montada en tus cristales,
mi moneda no es tan dura,
mi promesa no indeleble,
renuncia a mis palabras,
renuncia.

Pero, si quieres…

Negociemos,

mis ojeras de colores,
las plantas,
la pecera con los peces,
las figuritas de yeso.

Todo es tipo de cambio,
la casa, la vereda,
el árbol del frente,
donde me pondré debajo
a intercambiarme.

Hagamos trueque,
negociemos.

Tu sonrisa matutina,
mi despertar sereno,
mi sonrisa dividida.
Tu bienvenida.

Negociemos.
Porque me veo en tu reflejo,
porque estas en lo mío
y en lo que no es mío.


Porque te quiero.


Porque estás las paredes,
porque si no estás no existo,
porque te apareces de repente,
porque estás viva y te conozco.


Porque existo.


Porque reíste de mis chistes,
porque reíste,
porque me amaste defectuoso
y parchaste mis heridas


Porque curaste.


Porque me hablaste del futuro,
porque abonaste,
porque riegas con colores,
porque regaste.

Porque regaste.


Porque eres tú,
porque eres tú y eres todo lo nuestro.
Porque aceptaste,
porque jugaste,
porque te sonrojas sin motivo,
porque me amas sin promesas.


Porque me amas.

-

Y me iría caminando
de Pudahuel hasta tus tetas
por Pudahuel y por tus piernas.


O en moto me iría
por la autopista concesionada de tu cuerpo
a cien por hora
en los dieciséis kilómetros de hambre entre tu puerta y la puerta mía.


Me tomaría el metro
y me bajaría en estación yogurt ula
ahí hasta el rapanui caminando
y en jota coma catorce segundos llegaría a tus destinos.


Montaría la bicicleta que se sabe tus rutas de memoria
derecho por las copas de alameda, derecho hasta el mc donald
bajando por las torres hasta la laguna a-sur.


Me subiría en micros que me recuerdan tus cristales y al viejo guitarrero
la cuatrotreintaytantos, la trescientosveintisiempre
(si sé, en la iglesia de la estrella me bajo frente al ekono).


Haría dedo a una luv doble cabina
solo para llegar de Pudahuel hasta tus cejas
por Pudahuel y por tus venas.

Vaquero.

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- Salgo, corro y disparo. La mamá de Cristian lo llama a comer. Da lo mismo, el chico nunca ha sido bueno para jugar a los vaqueros. Siempre termina muerto y se queja el muy niñita. Sigo corriendo, disparo al Alfredo que se esconde detrás del poste, a mi prima Antonia, al Marco, al Ismael, el hermano del Marco. El Ismael fue el más fácil de reconocer porque anda con su traje de la primera comunión y se le nota a la legua. Arranco del Juan, me tiro al suelo, me echo tierra encima como los soldados de las películas, esos con camuflaje. Me levanto rápido y enfilo hacia la cancha, así, bien agachado, para que no me pillen. Reviso mi arsenal y mi botín. Tengo la pistola de palo del Cristian y la mía a fogueo, las bolitas del niño de la otra cuadra, un par de fichas de los Diana del centro y unas tapas de yogurt que si uno envía por correo se puede ganar una bicicleta Caloi. Esas con los cambios al medio, esas con una palanquita que subes o bajas si quieres ir más rápido o quieres más potencia, como para ir soplado y volar por arriba de los asientos de la plaza. Una vez vi una en el programa del canal 7 y son rojas y altas y pueden hacer acrobacias los que andan en ellas. Yo quiero ganarme una, así que guardo todo en los bolsillos, pero las tapas me las meto dentro de los calzoncillos para que no las encuentren por si me pillan. Mi hermano me enseño ese truco. Cuando la mamá lo revisa por si anda con cigarros, él se los esconde encima del pirulín y nunca lo han pillado. Escucho que el Mauricio anda buscándome y me quedo callado, desde que jugamos al Sol y le pegue la mensa ni que patada que anda con pica conmigo, además, la cancha está casi sola y si me encuentra capaz que me pegue un mangazo. A lo mejor, si le regalo mi pato de hule, ese amarillo que le gusta, junto con mi buzo que nada solito nos pongamos en la buena. Si el Mauro igual es buena onda. Antes me regalaba pastillas pololos y tomábamos leche con Nesquick de frutilla. El Mauricio es mi amigo, pero si quiero ser el campeón de la cuadra tengo que quedarme callado y esperar. Cuando se va, ya se está haciendo de tarde y debo ser el último hombre en pie. Si alcanzo a sacar la bandera con el arcoíris que tienen como tesoro en el patio del Juan seré el ganador, el mejor vaquero. El mejor. Salgo de mi escondite y veo que hay un montón de gente que corre hacia los pasajes por la cancha, me meto entre medio, los chiquillos nunca me van a encontrar. La gente se grita. Se busca. Yo paso por el medio y continúo mirando hacia atrás, por si el Mauro todavía está buscándome. No lo veo. Avanzo, me escabullo, salgo del mar de personas que corre, escucho ruidos de autos, veo luces, hay carabineros y perros. Ahora me gritan a mí, me ladran, que suelte el arma, que me detenga. Pero yo soy un vaquero, de esos que salen, corren y disparan y estoy tan cerca de ganar. Oigo un trueno. Me caigo, se me acercan. Hay niebla, me intento parar pero no puedo, me duele, me toco, ya no veo, sólo siento. Escucho a lo lejos a mi mamá, le digo que gané, que nadie me encontró, que estoy aquí, que me busque, que estoy mojado, que tirito, que me guarde las tapitas. Le grito. 



No me encuentra.
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